10.18234/secuencia.v0i107.1736
Artículos
¡Por la democracia y libertad
de Guatemala! Exiliados del ubiquismo en la frontera
sur de México (1934-1938)
For the Democracy and Freedom of Guatemala! Exiles During
the Ubico Administration on the Southern
Border of Mexico
(1934-1938)
Luis Gerardo Monterrosa Cubías1*, http://orcid.org/0000-0002-5846-7418
1Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera
Sur, Universidad Nacional Autónoma de México, México, gerardomonterrosa20@gmail.com
Resumen:
En el presente artículo se examina la actividad de dos
exiliados del régimen presidido por Jorge Ubico (1931-1944) en México durante
el cardenismo y la reacción de ambos gobiernos para dilucidar por qué, pese a
la intención del gobierno mexicano de mantenerse al margen de los asuntos
políticos guatemaltecos, Miguel García Granados y Clemente Marroquín Rojas
rondaron la frontera sur de México y encendieron las alarmas del oficialismo. A
través de una indagación en los archivos de Guatemala y México, incluyendo
Chiapas, el estudio del exilio guatemalteco adquiere matices renovados,
insertándolo en la frontera sur y mostrando las redes de apoyo que los
desterrados forjaron con los disidentes del cardenismo.
Palabras clave: disidencia política; exilio; continuismo; relaciones diplomáticas;
autoritarismo.
Abstract:
This article examines the
activity of two exiles from the regime led by Jorge Ubico
(1931-1944) in Mexico during the Cardenas administration and the reaction of
both governments to determine why, despite the intentions of the Mexican
government to stay out of Guatemalan political affairs, Miguel García Granados and Clemente Marroquín
Rojas hovered around the southern border of Mexico, setting off alarms for the
ruling party. Through an investigation into the archives of Guatemala and
Mexico, including Chiapas, the study of the Guatemalan exile acquires fresh
nuances, inserting it into the southern border and showing the support networks
exiles formed with cardenism dissidents.
Keywords: political dissent; exile; continuity; diplomatic
relations; authoritarianism.
Recibido: 03 de abril de 2019 Aceptado: 29 de julio de
2019
Publicado: 17 de marzo de 2020
Introducción
El general Jorge Ubico ostentó la presidencia de Guatemala
de 1931 hasta 1944. “Hombre sagaz, amante de la austeridad y el orden –como
apuntó un funcionario mexicano a principios de los años cuarenta–, funda su
poder en un ejército disciplinado y en la más enérgica represión cuando la cree
necesaria. Un partido oficial, el Liberal Progresista, aparece como la base
popular de su gestión.”1 El general Ubico
conoció a seis gobernantes mexicanos durante sus lustros al frente del
ejecutivo guatemalteco. Instalado en el palacio nacional –edificado en su
administración–, observó el desarrollo del maximato
bajo la protección de Plutarco Elías Calles, la llegada al poder de Lázaro
Cárdenas y su consolidación luego de la expulsión del jefe máximo del Partido
Nacional Revolucionario (PNR), y una buena parte
del mandato de Manuel Ávila Camacho (1940-1946). Anticomunista militante y
apoyado por Washington, Ubico dirigió siempre una mirada suspicaz hacia México
al estimar que el régimen posrevolucionario había hecho de este país un
semillero del comunismo. Empero, esta apreciación no le impidió emprender
acciones conjuntas con sus vecinos y, sobre todo, solicitarles que apaciguaran
la beligerancia de los exiliados guatemaltecos.2
El objetivo del presente artículo
consiste, precisamente, en examinar la actividad de dos exiliados del ubiquismo en México durante el cardenismo y la reacción de
ambos gobiernos para dilucidar por qué, pese al prurito del régimen mexicano de
no intervenir en los asuntos domésticos de Guatemala, Miguel García Granados y
Clemente Marroquín Rojas merodearon la frontera sur y encendieron las alarmas
de los círculos oficiales. Ciertamente, este planteamiento necesita atender
tres aristas postuladas por los especialistas del exilio en América Latina:
primero, la exclusión del dominio público realizada por un gobierno que utilizó
el destierro como mecanismo regulador del sistema político; segundo, el
objetivo de los exiliados, sus movimientos y actividades en el extranjero y,
tercero, los intereses del gobierno anfitrión, su política de asilo, los
canales de apoyo y las limitaciones impuestas a los exiliados3 (Sznajder
y Roniger, 2013).
Por consiguiente, abordar el objeto
de estudio desde este esquema triádico instituye como
protagonista a un régimen guatemalteco caracterizado por su política de
ausencias en cuanto a la expulsión de cualquier signo opositor de su
territorio; al gobierno de Lázaro Cárdenas que le dio continuidad a la
tradición del asilo político en México (Serrano, 2002) y, claro está, a los
cuadros que llegaron a la nación vecina con un propósito en mente: deponer al ubiquismo. Por otra parte, la temática examinada se
inscribe en terrenos que han sido abordados en trabajos precedentes. Me refiero
al exilio latinoamericano en México, las relaciones diplomáticas de este
gobierno con Centroamérica y las dimensiones de la frontera compartida por
Guatemala y México. La copiosa información disponible orienta la investigación,
la enriquece, pero también sugiere citar los trabajos publicados acerca del
tema. A continuación, elaboraré un breve estado de la cuestión que permita
indicar los aportes de esta investigación.
El estado de la cuestión
El tema del exilio en México ha
sido abordado en distintos trabajos. Se cuenta con mucha bibliografía sobre los
casos español, cubano y sudamericano. Desde los republicanos que huyeron del
franquismo (Lida, 1997), pasando por los que arribaron de la isla acosados por
los regímenes de Batista y luego el revolucionario (Serrano, 2002), hasta los
uruguayos, argentinos y chilenos que evadieron el cerco del Plan Cóndor (Groppo y Flier, 2001). México fue
la morada temporal y en ciertos casos permanente de los que vivieron, según palabras
de Victor Hugo, un largo sueño con el hogar. “El
apacible refugio de los perseguidos y el escenario magnífico de la discusión
libre de todas las ideas”, según la expresión de Patricio Brannon,
abogado salvadoreño enviado a México como embajador en 1944, después de
permanecer en las cárceles del gobierno encabezado por Maximiliano Hernández
Martínez (1931-1944).4
Pero la atención ha sido colocada
en otros exilios menos emblemáticos, como el judío, alemán, dominicano y
centroamericano. Son de especial importancia los trabajos acerca de estos
últimos para establecer los aportes del presente artículo. Laura Moreno (2012 y
2015) ha estudiado, por ejemplo, el exilio nicaragüense y costarricense de los
años treinta y cuarenta. Otra contribución es la obra de Guadalupe Rodríguez de
Ita (2003), quien analizó la política mexicana del
asilo diplomático a la luz del caso guatemalteco: 1944-1954. Además, Luis Balcárcel (2010) construyó una extensa semblanza del exilio
de esta nación desde el régimen de Estrada Cabrera (1898-1920) hasta los jefes
de las agrupaciones guerrilleras arribados a partir de los años sesenta. Estos
trabajos constituyen aportes destacados, examinan una de las opciones que un
opositor de Estrada Cabrera, Alfonso Orantes, estableció para quien osara
interpelar los designios del señor presidente: encierro, destierro y entierro.
Pero también es cierto que faltan espacios por iluminar, entre estos las
acciones de los exiliados guatemaltecos durante los años treinta en México.
Miguel García Granados y Clemente
Marroquín Rojas integraron un grupo de exiliados proactivos, es decir, que se
mantuvieron en pie de lucha desde el extranjero. Una vez en México se
organizaron con sus compatriotas, denunciaron al ubiquismo
y pidieron apoyo para deponerlo. Su activismo puso a prueba las complicadas
relaciones diplomáticas entre Guatemala y México; una vecindad sobre la cual se
han elaborado sugerentes trabajos. Luis Zorrilla (1984) y Beatriz Veliz (2008)
explicaron un elemento común: la suspicacia de Ubico ante el gobierno mexicano
y el objetivo de este último por sortear la confrontación. “Puertas abiertas
hacia ninguna parte” fue el título de un parágrafo que Manuel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez escribieron en su estudio del
periodo en cuestión (Castillo, Toussaint y Vázquez,
2011). Su análisis exhibe el distanciamiento adoptado por el gobierno mexicano
hacia su vecindad sureña y la indiferencia ante las tropelías de un régimen que
difería totalmente de los principios de la revolución mexicana.5
Ahora bien, si imperó un respeto
mutuo plagado de recelo e indiferencia en la relación de estos vecinos, ¿por
qué la actividad de los exiliados guatemaltecos incrementó su comunicación y
suspendió por un momento esta distancia? La respuesta apunta al entramado de la
frontera sur de México estudiado por Jan de Vos
(2002) y Castillo, Toussaint y Vázquez (2006), entre
otros; quienes reconstruyeron la genealogía de dicho espacio y sus dimensiones.
Y retomaré la dimensión de la frontera como lugar de disidencia; una región
donde puede suscitarse un choque entre los actores locales y las directrices
del centro político, un espacio en el cual su porosidad y la precariedad de los
controles oficiales permiten actividades insurgentes encubiertas. En el
presente artículo incursiono en una temática poco estudiada en la
historiografía mexicana y centroamericana. Abordo el exilio guatemalteco en
México desde el interés de los gobiernos y de los desterrados, pero profundizo
en este último a través de una revisión de la política chiapaneca y de los
contactos que los exiliados urdieron en el Soconusco. En otras palabras, el
aporte de esta investigación consiste en trasladar el estudio del exilio
guatemalteco de la capital mexicana hacia las fronteras. Ese lugar problemático
para ambos gobiernos, pero tan preciado por sus disidentes.
Abro el telón con la represión
del ubiquismo, en 1934, que generó su política de
exclusión y de ausencias. Prosigo con un boceto biográfico de los exiliados.
Luego, examino los contactos de los desterrados y sus inconvenientes, la
política exterior del cardenismo hacia su vecino sureño y, finalmente, hago un
estudio del escenario político chiapaneco de los años treinta y los
colaboradores locales que tuvieron los guatemaltecos.
El atentado abortado de 1934
Intensas jornadas de trabajo
tuvieron los funcionarios de la Auditoría de Guerra en septiembre de 1934, ya
que durante los primeros días del mes se desarticuló un atentado contra la
integridad física de Jorge Ubico. Los cuartos donde se efectuaban los
interrogatorios se mostraban abarrotados. Más de una quincena de supuestos
complotados resistían el bombardeo de preguntas de los detectives. Entre los detenidos
estaba Jacobo Sánchez, de 26 años de edad, oriundo de Quetzaltenango. En el
parte oficial fue descrito como soldado afiliado de la Escuela Politécnica, sin
grado militar o enfermedad mental, pero con antecedentes penales por asuntos
políticos. El acta donde apuntaron sus declaraciones nos permite conocer el
proyecto conspirativo.6
Sánchez Calderón fue instado a
integrar la confabulación en junio de 1934. En esta fecha, un coronel del
ejército le expresó la urgencia de segar la vida del presidente, quien
contemplaba la reelección. Sánchez caviló por un tiempo su respuesta y terminó
aceptando la invitación. Días más tarde, el militar le presentó a dos coludidos
más con los cuales sortearon la férrea vigilancia del régimen para esconder
algunas bombas en las instalaciones de una escuela. En esta diligencia Sánchez
entabló contacto con Carlos Pacheco Marroquín y Efraín Fuentes, civiles que
después la policía señaló como autores intelectuales del atentado abortado.
Según el imputado, estos querían aprovechar el desplazamiento de Ubico por la
capital para concretar sus planes, lanzando ataques simultáneos en diversos
cuarteles. El puente cercano a la penitenciaría, el parque La Concordia y la
avenida Reforma fueron considerados, optando finalmente por el primer sitio.
Los vehículos para transportar
los explosivos estaban dispuestos y el plazo para activarlos establecido: la
segunda quincena de septiembre. Sánchez definió su suerte al afirmar que
entregó “cuatro candelas de dinamita y que las tenía en su poder desde hacía
siete años más o menos”.7 El sindicado continuó
colaborando con las autoridades, pero al ser trasladado al cantón Barillas, donde afirmó resguardar más explosivos, intentó
huir en la oscuridad del amanecer “por cercos y sitios por lo que fue ultimado
al intentar su captura”, como reza el parte oficial.8
Al epílogo trágico de Sánchez le
siguió el de muchos implicados en la conspiración, quienes fueron condenados a
muerte por el delito de rebelión frustrada y sedición consumada. El pelotón de
fusilamiento acató las órdenes del tribunal de guerra, y la penitenciaría
central, descrita con minuciosidad lúgubre en las memorias de un prisionero
–Efraín de los Ríos (1969)–, se transformó en el paradero de aquellos que
tuvieron una participación mínima en el complot.
El temor y la zozobra cundieron
entre los habitantes de la capital durante varias semanas: testigos de los
cateos y capturas efectuados por la policía. El ubiquismo
desplegó todas sus armas como lo hizo en 1932, cuando expresaron haber
neutralizado una conspiración comunista.9
Si en aquella fecha la represión sirvió para entronizar a Ubico como el paladín
del anticomunismo, dos años más tarde el frustrado atentado fue utilizado para
allanar el camino de la reelección. De esta forma, los enemigos del régimen,
reales o potenciales, sucumbieron ante una emboscada relatada con detalle por
el embajador mexicano en su informe.
Gustavo Serrano comenzó
informando sobre la confabulación descubierta al secretario de Relaciones
Exteriores, José Manuel Puig, y culminó solicitando instrucciones ante una
situación comprometedora. Se rumoraba que uno de los implicados, Carlos Pacheco
Marroquín, se hallaba asilado en la embajada mexicana; sospecha ante la cual
agentes policiales fueron ubicados frente a este recinto. Finalmente, las dudas
se diluyeron cuando la policía halló a Pacheco oculto en una residencia del
centro capitalino. El imputado, al percatarse de la presencia de los agentes
–citando una vez más la versión oficial–, opuso resistencia y murió en la
balacera.
A estas alturas dos de los
supuestos coludidos habían fallecido a manos de las autoridades antes de una
sentencia. ¿Mera coincidencia o ejecuciones extrajudiciales? Difícil saberlo,
pero lo cierto fue que el régimen continuó su persecución. “Parece que el proyectado
plan terrorista ha aterrorizado al gobierno –adujó el embajador mexicano– y
este a su vez al pueblo de Guatemala, pues la zozobra y la intranquilidad y el
dolor se reflejan en todas las capas sociales.”10
Serrano era consciente que la situación competía exclusivamente al ubiquismo, pero le fue imposible permanecer indiferente
ante el drama humano que se vivía y a las peticiones de asilo que recibía. El
diplomático debía tomar decisiones y precisaba instrucciones concisas de sus
superiores.
En medio de la persecución y los
consejos de guerra, preámbulo de los fusilamientos que el régimen se esmeró en
publicitar, el cuerpo diplomático mexicano encarnó una posible tabla de
salvación para los condenados al paredón.11
De hecho, el embajador mexicano, ante la solicitud de algunos familiares de un
sentenciado, intercedió ante el ministro de Relaciones Exteriores guatemalteco,
Alfredo Skinner Klée, sin
ningún resultado favorable. La impotencia y la frustración invadieron a
Serrano, como se lo informó a su superior; pero el diplomático transitó por los
parámetros establecidos en la Convención sobre Asilo Político de La Habana
(1928) y Montevideo (1933). El funcionario no debía conceder este recurso a los
condenados por un tribunal de guerra (Ímaz, 1995).
Bajo este argumento, el recinto diplomático, a diferencia de lo acontecido tras
la renuncia de Ubico en 1944, estuvo lejos de constituir un oasis una década
antes. Sin embargo, su proceder fue aprobado y hasta aplaudido por el
secretario de Relaciones Exteriores, quien, argumentando el temor de que
surgieran eventos similares en México, escribió a su embajador:
Me doy perfecta cuenta de las especiales molestias y hasta
aflicciones que pudo usted haber tenido en estos días y no dudo que su impulso
generoso y humanitario habría sido el de ayudar en algo a los que fueron
víctimas; pero estoy también absolutamente seguro de que nada se habría
conseguido sino despertar con toda justificación las suspicacias de ese
Gobierno, exactamente como no se conseguiría nada y se despertarían suspicacias
en una acción semejante de cualquier representante extranjero ante actos que el
Gobierno de México hubiera considerado ayer o considerará mañana indispensables
para la represión de cualquier asonada.12
Por esta razón, José Manuel Puig
recomendó ecuanimidad y absoluto respeto hacia el ubiquismo,
pretendiendo, según su apreciación, “borrar completamente para el futuro las
suspicacias por las acciones del pasado”. Con esta postura el maximato se alejó de su proceder en Centroamérica de los
años veinte, cuando Calles entregó pertrechos de guerra a Juan Bautista Sacasa en Nicaragua (Wünderich,
2009) y adoptó una política exterior que generó el mensaje de Sandino dirigido
al presidente Portes Gil: “Yo no he venido a México con el fin de adaptarme a
una cómoda y pasiva vida de político desterrado. Fracasada la misión que me
trajo [procurarse armamento] vuelvo a ocupar mi posición al frente del ejército
autonomista de mi país” (Ramírez, 2009). El gobierno mexicano, ocupado en
amainar las tensiones a flor de piel de la familia revolucionaria y sofocar los
combates con el clero de Veracruz, Tabasco y Jalisco, actuó ante la represión
en Guatemala como esperaba que sus vecinos reaccionaran ante un eventual
levantamiento de sus enemigos.
Mientras tanto, la mano de hierro
del régimen vecino no encontró límite alguno, aunque las voces que pidieron
clemencia aparecieron. Jorge García Granados, político y abogado, dirigió una
carta al presidente. Un juicio comedido de la confabulación y el perdón hacia
los condenados colorearon sus párrafos. En uno de estos escribió:
Por otra parte, a usted le faltan solamente poco más de
dos años para terminar su periodo presidencial. Con un gobierno enérgico como
el suyo y un sistema policíaco de vigilancia como el actual, todo complot está
llamado a abortar. […] Sea magnánimo, olvide los nuevos agravios y recuerde
nada más los antiguos servicios. Un perdón humillará a los amigos que,
desatendiendo los afectos, se volvieron contra usted; la muerte, en cambio,
hará de ellos mártires eternamente llorados.13
Sin embargo, este razonamiento
cayó en saco roto. La magnanimidad lució ausente del glosario del régimen. De
hecho, el 13 de septiembre de 1934, publicaron un editorial donde justificaron
la represión. En sus páginas adujeron que la sedición era admisible cuando se
lidiaba con el andar oprobioso de los gobernantes “ineptos, descentrados,
retrógrados ladrones, que pisotean las leyes del país y hacen escarnio de las
garantías individuales y sociales”.14
Pero todo argumento caía ante un gobierno que realizaba una obra de
reconstrucción económica y rescataba a la nación del maremágnum de la lucha
fratricida. Por este motivo, usaron la retórica para urdir las siguientes
preguntas: “¿Contra qué estado de cosas se pretendía llevar la reacción?”,
“¿contra un gobierno que salvó el país cuando se hallaba casi al borde de la
ruina moral y material?”
La única explicación ante la
actitud de los conspiradores –descifrando la lógica del discurso oficial– era
su mentalidad enfermiza, característica de “sujetos desprovistos de toda
moralidad, carentes por completo de los más elementales escrúpulos y que, por
lo mismo, han encontrado en el gobierno del general Ubico una barrera
infranqueable”. Por ende, para preservar la obra acometida y garantizar el
bienestar social era preciso extirpar el cáncer que los acechaba. Según los
funcionarios, la tolerancia se había agotado y en su lugar debía imponerse una
justicia inflexible, sin distingos ni miramiento para “los traidores en toda la
extensión de la palabra, una sanción ejemplar que, de una vez por todas, sirva
de escarmiento a los que de tal forma quieran ensangrentar el país, y hacer
befa de sus instituciones y leyes”. En pocas palabras, el editorialista
justificó la violencia contra los complotados, exhibiendo la racionalidad que
amparó las medidas draconianas del régimen. “No se trata de una rabia sin ley
–como escribió Arlette Farge
(2008)–, sino de una ley que utiliza la rabia como modo de funcionamiento” (p.
45).
En total fueron doce las personas
que el tribunal militar envió al paredón de fusilamiento. Días más tarde, el
régimen presumió la unidad del ejército, restando importancia a la presencia de
ciertos militares en el complot. Esta lealtad, según el oficialismo, reveló “la
conciencia exacta de los deberes ciudadanos que alienta a todos los elementos
militares y, a su vez, el prestigio y la simpatía que entre ellos goza el
general Ubico”.15 Además, en septiembre
de 1934, se detonaron públicamente en el Campo Marte las bombas incautadas,
acción con la cual pretendieron exaltar la reacción acertada del régimen; sin
embargo, el proceso siguió abierto. Faltaba aprehender a uno de los cabecillas
buscado con ahínco: Miguel García Granados, coronel que no sólo involucró a
Sánchez, sino a otros que, al percatarse de su participación en este proyecto,
decidieron sumarse. El régimen dirigió sus pesquisas hacia México, donde
supuestamente estaba el imputado.
El periplo de dos exiliados
Efraín Aguilar Fuentes, uno de
los condenados al paredón de fusilamiento, fue interrogado en la sección de la
Auditoría de Guerra de Quetzaltenango. El abogado –de 37 años de edad–
proporcionó los nombres de los militares complotados en la capital: Eduardo
Carmona y Miguel García Granados. Manifestó, asimismo, que al conocer que este
último integraba la conspiración consideró “efectiva la participación de buenos
elementos y que se trataba de una cosa seria”.16
La fama y el prestigio de García Granados, nieto de uno de los forjadores de la
revolución de 1871, eran patentes a principios de los años treinta. Su
incursión en el plano de la aviación, cuando los pájaros de acero empezaban a
surcar el cielo centroamericano, le granjeó primeras planas en los periódicos.
Miguel García Granados Solís
nació en Cobán, Alta Verapaz, el 14 de febrero de 1896. Veinte años más tarde
entró a la Escuela Militar de Guatemala, institución donde obtuvo el grado de
subteniente de infantería. Luego fue enviado a la Escuela de Señales de Fort
Leavenworth, en Kansas, Estados Unidos. Su elevado rendimiento académico le
valió para una estancia en la base aérea Post Field, en Oklahoma, donde fue
acreditado como piloto aviador en noviembre de 1920. Diez años después fue
nombrado jefe del cuerpo de la aviación militar de Guatemala, cargo que
desempeñó hasta septiembre de 1933, cuando las divergencias con el ubiquismo pesaron más que su renombre y aclamadas proezas.17
García Granados objetó lo que era
un secreto a voces en los pasillos del Palacio Nacional: la intención de Ubico
de continuar en el poder después de 1937. Este aviador, de hecho, vivió en
carne propia las consecuencias de oponerse a dicha resolución. A mediados de
1934 fue enviado al consulado de Guatemala en San Francisco, California, donde
estudiaría “los últimos progresos de la aviación y las prácticas y vuelos
necesarios”.18 De esta forma, el
oficialismo buscó derribar dos pájaros de un tiro: alejar a García Granados del
tinglado político y encomendarle una misión que le daría réditos al régimen.
Sin embargo, el tiro les salió por la culata.
El 26 de septiembre de 1934,
mientras reconstruían los pormenores de la confabulación, el Ministerio Público
ordenó la detención del coronel García Granados “por el delito de estafa y con
fecha de hoy se mandó librar el suplicatorio del caso a las autoridades de
México, para los efectos de su captura y consiguiente deportación”.19 El militar jamás
arribó al consulado. Su viaje finalizó en el puerto de Mazatlán donde, según
las declaraciones de Jacobo Sánchez, desembarcó para dirigirse al Distrito
Federal. Allí pretendía sumar adeptos, movilizarse a la frontera y entrar a
Guatemala una vez consumada la muerte del presidente. A partir de esta fecha,
el ubiquismo no cejó en conocer su paradero y
concretar su extradición. Les preocupaba, sobre todo, la presencia del aviador
en territorio mexicano, la experiencia y la pericia castrense que este podía
compartir con los otros emigrados radicados en la vecindad.
Uno de estos sujetos, conocido
por su pluma incisiva, era Clemente Marroquín Rojas. Nació en 1897 en Jutiapa,
departamento del oriente guatemalteco y fronterizo con El Salvador. Desde muy
joven se involucró en política, participando en las movilizaciones que pusieron
punto final al prolongado gobierno de Manuel Estrada Cabrera (1898-1920).
Estudió jurisprudencia en Honduras, pero pronto descubrió que esta profesión no
llenaba sus expectativas vitales. Entonces optó por el periodismo, editando,
junto a otros colegas, el periódico La Hora.
Entusiasta, seguro de sí mismo, agresivo y belicoso –como lo describió su
biógrafa Argentina Díaz Lozano (1968)–, el jalapeño usó su máquina de escribir
para felicitar o denostar a los políticos de su país. Y uno de los que cayó en
el segundo plano fue, precisamente, Jorge Ubico. A desnudar el ídolo se dedicó
Marroquín Rojas: denunciando al candidato del Partido Progresista en 1926. El
general y sus simpatizantes, perdedores de la contienda electoral, jamás
olvidaron esta afrenta.
Años más tarde, cuando la grave
enfermedad del presidente Lázaro Chacón (1926-1930) y el cuartelazo presidido
por el general Manuel Orellana (1930) permitieron el ascenso de Ubico,
Marroquín Rojas decidió abandonar Guatemala. Radicó en San Salvador, donde
trabajó en una biografía de Manuel Enrique Araujo, gobernante salvadoreño
asesinado en 1913. Permaneció allí hasta 1935, cuando los tentáculos del ubiquismo lo alcanzaron. Un año antes este gobierno había
limado asperezas con su homólogo cuscatleco, presidido por el general Martínez,
comenzando a dictar medidas en la contención de los exiliados. Una vez
expulsado de El Salvador viajó hacia Honduras, donde había estudiado e incluso
laborado en el Congreso. Empero, toda posibilidad de quedarse le fue denegada.
Perseguido e inquieto por su precaria situación económica, se embarcó rumbo a
México. Un sólo objetivo tupía su mente: conseguir el apoyo para acabar con el
régimen que impedía su actividad política en Guatemala.
En septiembre de 1936, los
protagonistas de este acápite dieron señales de su actividad en México. Los
cuadros del ubiquismo corroboraron sus sospechas: García
Granados se encontraba en la nación vecina y formaba mancuerna con Marroquín
Rojas, quien, como informó la policía guatemalteca, preparaba una campaña de
prensa contra Ubico.20 Bajo esta colaboración
surgió a la palestra pública el Frente Revolucionario Guatemalteco. En el
primer comunicado estamparon su firma, además de los sujetos citados, Eduardo
Aguirre, Francisco Sartri, Rodolfo Lima y el coronel
Arturo Ramírez. En este documento fustigaron a Ubico y al presidente hondureño
Carías Andino (1933-1949). Además, cuestionaron al gobierno de Washington,
presidido por Franklin D. Roosevelt, por su relación cercana con los regímenes
centroamericanos. Finalmente, pidieron a los embajadores del continente americano
evitar que los designados de Guatemala, Honduras y Nicaragua participaran en la
Conferencia Interamericana de 1936.
Nosotros rogamos a su excelencia que, antes de principiar
tales conferencias, luche porque sea un deber, una garantía de buena fe, que se
revisen los tratados existentes para constatar la solvencia moral de cada
gobierno en sus relaciones internacionales. Los gobiernos de Guatemala,
Honduras y Nicaragua no deben participar en la Conferencia de Buenos Aires,
porque han violado palmariamente los Tratados de Washington de 1923, que hacen
imposible la reelección.21
El embajador guatemalteco
acreditado en México restó importancia a la agrupación de disidentes y a sus
peticiones. En una carta dirigida a Skinner Klée manifestó que el Frente Revolucionario sólo existía en
la mente de sus organizadores y que no tenían más integrantes que los firmantes
del comunicado. No obstante, advirtió en su misiva sobre el respaldo que estos
podían conseguir de cuadros incautos, “entre los cuales se hallan algunos
norteamericanos bananeros, que viven en Yucatán y Campeche, de quienes Arturo
Ramírez obtiene algún dinero, haciéndoles creer en fantásticas concesiones
cuando ellos triunfen”.22 El temor del ubiquismo, como puede apreciarse, radicaba en el
financiamiento que los exiliados podían adquirir en el extranjero. Y
ciertamente el pasado reciente mostraba que no era una paranoia exacerbada.
México, debido a la tradición de
asilo político territorial imperante, representó una opción idónea para los
centroamericanos que huyeron de los regímenes autoritarios. Al radicarse en
esta nación no sólo libraban las opciones reservadas para los disidentes:
encierro, destierro o entierro, sino que dispusieron de un lugar para
planificar sus acciones. Y los guatemaltecos tenían un plus: la región
fronteriza para desplegar una incursión armada. “Yo no creo que debamos
enfrentarnos al ejército de Guatemala –manifestó Marroquín Rojas–, creo que
tendríamos éxito en una guerra irregular de pegar y correr para desquiciar al
gobierno de Jorge Ubico y capitalizar hacia nuestro movimiento para asestar
golpes finales” (Díaz, 1968, p. 188).
Las intenciones lucieron
renovadas y las hojas volantes de los exiliados las externaban. No obstante,
¿revirtieron la determinación del gobierno mexicano de mantenerse al margen de
la política exterior de sus vecinos sureños?, ¿obtuvieron el apoyo requerido?,
¿dónde lo buscaron? Estas preguntas apuntan hacia el sexenio cardenista, hacia
la política exterior con la región centroamericana y las condiciones políticas
reinantes en la frontera sur de México.
Los contactos de los exiliados y sus vicisitudes
García Granados y Marroquín Rojas
pisaron suelo mexicano cuando se experimentaban fuertes tensiones y cambios.
Aunque el triunfo electoral de 1934 correspondió al candidato del Partido
Nacional Revolucionario, Lázaro Cárdenas demostró muy pronto que su
administración no sería una prolongación del maximato.
El general arribó a la presidencia empuñando banderas insignes pero rezagadas
de la revolución. Ante este panorama prometió profundizar la reforma agraria,
implementar la educación socialista y promover la instauración de sindicatos
que velaran por el bienestar del sector obrero y campesino. Estos anuncios
ayudaron a forjar el triunfo arrollador de Cárdenas en los comicios, pero su
concreción suscitó resistencias a partir de 1935.
A la rebelión de Antonio
Villarreal, perdedor en la elección de 1934 que se atrincheró en la frontera
norte, siguió la oposición de los “camisas doradas”, grupo de choque
anticomunista, y la crisis política que generó la expulsión de Plutarco Elías
Calles del país (Medina, 2010). Así, a mediados de 1935 era temerario vociferar
un pronóstico alentador acerca del futuro de Cárdenas. “Asediado por enemigos
políticos de distinto origen, […] el nuevo presidente aparecía como un
solitario, a quien sólo la voluntad y la experiencia militar de muchos años
mantenían en la silla presidencial” (Sosa, 1996, pp. 51-52). Una medición de
fuerzas había empezado en México y fue este escenario el que los exiliados
guatemaltecos transitaron.
El caso de García Granados, el
primero de nuestros desterrados que huyó del ubiquismo,
adquirió matices detectivescos. La declaración de Sánchez y su rúbrica en los
comunicados que se emitían desde México confirmaron su paradero. Empero, las
autoridades mexicanas adujeron que había sido expulsado hacia Estados Unidos
por violar las leyes migratorias.23
Ante dicha sentencia, expresó el embajador guatemalteco en México, “ya no cabía
tratar sobre la extradición de dicho individuo y sólo me limité a agradecer al
gobierno mexicano su actitud al acceder a la expulsión de García Granados”.24 El peligro pareció
disiparse. Entonces, ¿lograron tranquilizarse los ubiquistas?
La falta de registros sobre su ingreso a Estados Unidos y los comunicados que
continuó publicando en México mantuvieron los radares encendidos.
En septiembre de 1935, García
Granados lanzó fuertes ataques contra Ubico en la revista Detective,
editada en la capital mexicana.25
Meses más tarde, miembros de su familia abandonaron Guatemala por rutas
solitarias hasta llegar a Tapachula, “considerando peligrosa su permanencia en
este país”.26 A partir de estas
pruebas, el ubiquismo encargó una pesquisa a sus
diplomáticos acreditados en México. Estos usaron sus contactos y algunas
entrevistas para dar con el paradero del aviador. De hecho, por estas
diligencias pueden rastrearse sus pasos en esta nación.
Los personeros creyeron que el imputado
se hallaba ilegalmente en México. Por lo tanto, se dedicaron a comprobar
diversas hipótesis. Indagaron, por ejemplo, si el aviador se desenvolvía en una
instancia pública o si había obtenido la nacionalidad mexicana. El resultado
fue negativo, aunque el embajador guatemalteco estableció una posibilidad:
“pero hay casos en que muchos extranjeros trabajan en las oficinas públicas sin
que exijan este requisito [la nacionalidad], ya sea por complacencia o porque
niegan su nacionalidad”.27 Tiempo después el
cónsul de Tapachula le informó a su superior que García Granados administraba
una finca intervenida por el gobierno y, lo más grave, que fue puesto en el
cargo por Lombardo Toledano.28
El diplomático manifestó al respecto: “no me parece imposible que uno u otro de
los García Granados [incluyendo al autor de la carta a Ubico] tenga dinero para
viajes, porque aquí corre como exacta la noticia de que quien sostiene a
Lombardo Toledano es, aparte de otros gajes, el oro soviético”.29
La afirmación del cónsul
guatemalteco contiene la interpretación del ubiquismo
sobre lo que acontecía en México. Desde su visión, este país era un semillero
del comunismo atestado de movimientos agraristas y sindicalistas. Ciertamente
esta idea fue sostenida por Washington en los años veinte (Spenser,
2004), calando hondo en unas elites centroamericanas atrincheradas en regímenes
oligárquicos. Por esta razón, prevenir cualquier contagio de estas “doctrinas
exóticas” representó una urgencia cuando Lázaro Cárdenas empezó a cumplir sus
promesas de campaña.30 El régimen
guatemalteco, ferviente anticomunista, atisbaba huellas de su enemigo fundante
por doquier y fue bajo esta lógica que temió una posible colaboración de los
comunistas mexicanos con los exiliados guatemaltecos. Dinero para viajes y
hasta armamento podían ser otorgados a sus enemigos, quienes adquirieron mayor
peligrosidad cuando merodearon la frontera.
En efecto, las alarmas del
régimen fueron activadas a principios de 1936. Sus informantes indicaron que
García Granados arribaría a Tapachula para coordinar acciones con otros exiliados
y militares mexicanos. Ante la noticia, el cónsul guatemalteco en Tapachula
hizo la indagación correspondiente; buscó en hoteles y casas de hospedaje sin
encontrar pistas del aviador. Empero, apuntó el nombre de un colaborador
mexicano: el coronel Sóstenes Ruiz. Por ende, era
probable que García Granados estuviera en la finca Maravilla, propiedad de los
hermanos Ruiz, ubicada en Huixtla, Chiapas. Un nuevo
factor se sumó entonces a los temores del régimen: la existencia de líderes
locales que, irrespetando las directrices oficiales, apoyaran a los exiliados.
Clemente Marroquín Rojas, quien
colaboró en diversos periódicos de la capital mexicana, se entrevistó en más de
una ocasión con cuadros del cardenismo para obtener la ayuda anhelada. Expuso
un plan de incursión armada a un oficial de la Secretaría de Defensa,
solicitándole rifles y municiones. Según Díaz (1968), el militar jamás
respondió, y andando el tiempo el periodista se enteró que algunos de sus
colegas lo habían convencido de que su proyecto “era descabellado e imposible”
(p. 188). Como puede verse, las diferencias personales y de estrategia
afloraron entre los desterrados. Aún así este factor
no constituyó la causa de la negativa oficial. Otros aspectos deben
considerarse para explicar la postura del cardenismo.
Estudiosos de la materia han
indicado que la negativa de respaldar la lucha de Sandino marcó un viraje
sustantivo en la política mexicana hacia Centroamérica. En adelante, el
gobierno “se guardó de participar en los procesos políticos de la región y optó
por explorar otras formas distintas de acercamiento” (Castillo, Toussaint y Vázquez, 2011, p. 91). El énfasis fue colocado
en el comercio, la industria y la cooperación regional. Influyó en este viraje
la promulgación de la doctrina Estrada, criterio de la política exterior donde
se prohibió reconocer a los gobiernos de otras naciones por estimarlo una
injerencia, y el objetivo del gobierno mexicano de potenciar otros mercados
para la exportación de los productos nacionales. No cabe duda que este análisis
nos transporta al ámbito multicausal, pero también es cierto que deja en el
limbo aspectos que devienen importantes para redondear dicha explicación.
Me refiero al prurito del régimen
mexicano de sostener relaciones cordiales con aquellos gobiernos que tenían la
venia de la Casa Blanca. Asimismo, la reciprocidad que esperaban de sus vecinos
sureños ante las revueltas que lo acechaban. En otras palabras, el cardenismo
exhibió un rostro combativo con la república española, pero con los regímenes
allende el Suchiate actuó de manera diferente. Para sustentar esta afirmación y
examinar los aspectos señalados, al comienzo del siguiente apartado revisaré la
respuesta que brindó a dos episodios: la primera reelección de Ubico y la
actividad de los exiliados en su frontera sur.
A borrar los resquemores pretéritos
Pocos meses transcurrieron para
que las denuncias de los complotados de 1934 resultaran ciertas. En junio de
1935 se convocó a una asamblea constituyente, anunciando con bombo y platillo
la celebración de una consulta popular para sondear la reelección presidencial.
El dictamen resultó previsible ante el control territorial ejercido por el
régimen. Sin embargo, la iniciativa contó con una novedad que comprometió al
cuerpo diplomático: le fue otorgado a los extranjeros residentes en Guatemala
el derecho de participar. Desde ese momento, Fernando González Roa, embajador
mexicano en funciones, comenzó a recibir consultas de sus connacionales sobre
la conducta que debían observar. Otros, mientras tanto, le externaron su
preocupación por una circular que habían recibido de la Sociedad Alma Azteca,
en la cual se indicó la obligatoriedad de asistir a la consulta popular.
González Roa, presidente honorario de dicha agrupación, desvirtuó este imperativo
y elaboró unas sugerencias que envió al secretario de Relaciones Exteriores,
Emilio Portes Gil.
“He podido averiguar que los
extranjeros en general están dispuestos a votar –escribió el diplomático–. Me
parece que la mejor manera de proceder es dejar a nuestros connacionales hacer
lo que estimen conveniente. Si se les aconsejara no intervenir en el plebiscito
tendríamos serias dificultades de diferentes órdenes.”31
Según González Roa, las buenas relaciones con el gobierno vecino serían
laceradas, viéndose afectados los negocios de los mexicanos residentes en
Guatemala. Por otra parte, el embajador se refirió al coloso del norte y
expresó: “La nación más interesada en este asunto es la Unión Americana y no
conviene desde ahora tomar una situación sobre el particular.” Concretada la
reelección de Ubico con el aval estadunidense, sustentado en su política de
buena vecindad, el cardenismo lo que menos quería era contrariar un principio
que compartían. Sobre todo porque esperaban una
respuesta similar hacia sus decisiones de política interna. González Roa
escribió sobre los puntos favorables de esta postura:
Simplemente para citar uno diré que, si el Gobierno
americano nos viera a nosotros tomar una actitud que pudiera interpretarse en
el sentido de alterar en cualquier forma la política nuestra en Centro América,
podría el propio Gobierno tomar una base para discurrir que hemos alterado la
política de no intervención. Si el citado Gobierno norteamericano pudiera nos
echaría a nosotros por delante para hacer cualquier exploración o tomaría la
situación contraria a nosotros en un momento dado, si creyera conveniente
alterar su política en materia religiosa, por ejemplo.32
Pragmatismo y conveniencia fueron
los atributos de las sugerencias del embajador, mismos que Portes Gil aprobó
como líneas de acción en Guatemala. Para estos personeros, entrar en disputas
con un gobierno apoyado por Washington significaba colocarse una soga al cuello
cuando lo que necesitaban era libertad irrestricta para meter en cintura a sus
enemigos internos. Por esta razón, el gobierno mexicano fomentó buenas
relaciones con su homólogo del norte, entendimiento que desencadenó, como
sostuvo Knight (1996), una respuesta “moderada,
comedida y hasta a ojos de algunos críticos, complaciente” (p. 130) cuando las
empresas estadunidenses vieron afectados sus intereses por la expropiación
petrolera de 1938.
Este escenario internacional
favoreció el anhelo de Ubico. Presumió la obtención de casi el millón de
adhesiones en la consulta popular, donde sólo aparecieron 1 500 votos en
contra. “No hubo demostraciones ruidosas de ninguna especie –informó González
Roa–, fuera de que las estaciones de radio y los magnavoces contratados dieron
a conocer en la ciudad [de Guatemala] el resultado progresivo de la votación.”33 Ubico preparaba sus
mejores galas para asumir un segundo periodo presidencial, el cual llegaría
hasta 1943. Ante este desenlace el embajador sugirió “dejar correr las cosas y
observar con sumo cuidado la marcha de los acontecimientos”. Los exiliados
radicados en México, por el contrario, incrementaron sus protestas; se
desplazaron a la frontera y tomaron acciones concretas.
En marzo de 1937, mes en el cual
Ubico se colgó la banda presidencial, circuló de forma profusa un comunicado en
el departamento de San Marcos, firmado por Marroquín Rojas y García Granados, entre
otros. En sus párrafos manifestaron que Ubico no era más el presidente
constitucional desde el 15 de marzo y, por lo tanto, era “deber de todo
guatemalteco rebelarse contra su gobierno, haciendo uso de todos los medios que
encuentre a su alcance”.34 Nuevamente el ubiquismo encendió las alarmas; envió telegramas a su
homólogo mexicano, expresando que en Huixtla estaban
repartiendo rifles a los exiliados guatemaltecos, al tiempo que movilizó tropas
a la frontera. La simultaneidad de las acciones de los exiliados con unos
disturbios acontecidos en Tacaná, municipio de San
Marcos, llamó la atención de propios y extraños. ¿Habían sido los desterrados
quienes los incitaron o protagonizaron?
En un periódico costarricense la
respuesta fue afirmativa. Sus editores publicaron notas donde informaron acerca
de la intentona revolucionaria que Marroquín concretó al frente de unos 300
hombres. “Hubo bajas de importancia por ambos lados –escribieron–. Pero
Marroquín Rojas no pudo aguantar más. La entrada al territorio fue de unas 20
horas, luchando fuerte y viendo morir valientes y voluntarios.”35 Según la fuente, el
líder de la incursión armada designó incluso a un gabinete de gobierno, el cual
no logró defender por falta de armas. Esta información fue desmentida por
González Roa quien, ante el silencio sepulcral del ubiquismo,
recurrió a sus contactos. El embajador mexicano negó la presencia del
periodista en el Tacaná y externó en su informe que Skinner Klée aceptó que hubo
problemas en la región suroccidental del país.36
Según la información recopilada
por el diplomático, “un grupo de indígenas que trabajan en las fincas de café
se negaron a acatar las órdenes de las autoridades, relacionadas con la
distribución de braceros para la cosecha. […] Cuando las autoridades quisieron
obligarlos, estos se echaron encima de ellas y ultimaron al comandante en
armas”, escribió el diplomático.37
La respuesta oficial fue contundente y, según los rumores, cobró la vida de 300
indígenas.38 La mano de hierro del
régimen estuvo lista para castigar a los que infringían las reglas del sistema
agroexportador. Y este mismo recurso fue el que dispusieron, como se expresó en
el periódico oficial, para los exiliados que merodeaban la frontera:
Todo en Guatemala está en paz; el orden ha permanecido inalterable
durante el tiempo que debe haber durado la pesadilla neurótica de Marroquín
Rojas, como pueden testimoniarlo los viajeros que llegan diariamente con
procedencia de la zona occidental, y no queda más que felicitar al autor del
folletinesco relato, no por la importancia literaria del mismo, sino porque su
héroe y demás fantásticos partidarios no se hayan presentado realmente del lado
de acá de la frontera, porque entonces se les habría recibido en una forma
digna de sus patrióticos merecimientos y ambiciones.39
A pesar de las amenazas y la
fuerza militar alardeada, las peticiones del ubiquismo
hacia su par mexicano plantearon la urgencia de expulsar de la frontera a los
exiliados. Estos cuadros querían evitar un factor que soslayaron en sus
misivas, pero evidenciaron en las disposiciones adoptadas: el reclutamiento de
los trabajadores guatemaltecos que residían en la frontera sur de México. De
hecho, en septiembre de 1936, cuando las acciones de los exiliados eran
conocidas, prohibieron el paso de trabajadores hacia las fincas del Soconusco,
aduciendo combatir el contrabando.
Si por mucho tiempo el régimen se
limitó a sopesar el problema migratorio, incluyendo la precariedad de sus
puestos fronterizos, en 1937 parecieron estar dispuestos a resolverlos. Así lo
expresó el cónsul guatemalteco en Tuxtla Chico, Chiapas, quien tildó de
ineficiente el servicio fronterizo, pues “los encargados de pasajeros en
nuestra garita son tres soldados semi-analfabetas e incapaces
de distinguir la condición del viajero que salva nuestra frontera”.40 Por último, indicó que
con estas falencias no lograrían ponerse “a cubierto contra el avance comunista
sólidamente arraigado en este país [México]”.
Sin embargo, la respuesta del
gobierno mexicano a los pedidos del ubiquismo
sosegaron esta suspicacia extrema. Primero, citaron a los exiliados y les
advirtieron sobre la cancelación de su condición si persistían en sus
proyectos. Después, ordenaron una inspección minuciosa en la zona fronteriza
para corroborar la existencia de población armada. Al respecto, los mexicanos
no sólo se conformaron con informar al ubiquismo
sobre sus acciones, sino que buscaron convencerlos de su decisión de eliminar
las fuentes de su molestia. Era claro que el cardenismo toleraba cierto
activismo de los exiliados, pero quería mantenerse al margen de la política de
sus vecinos.41 Marroquín Rojas
encaró, entonces, la posibilidad de ser expulsado.
Antes de que esto ocurriera, el
periodista y sus compañeros abandonaron Chiapas. Atrás quedaron las pláticas
que habían sostenido con Gustavo Trangay y otros
compatriotas residentes en Tapachula, “ansiosos de hacerle la lucha armada a
Ubico” (Díaz, 1968, p. 190). Sencillamente los proyectos no cuajaron y esto
respondió, como manifestó la biógrafa de Marroquín Rojas, a la presencia de
cuadros de ideología marxista entre los exiliados. Estos “no pretendían
realizar una revolución de carácter democrático, sino de tipo socialista, como
la que en esos días presentaba el gobierno del general Lázaro Cárdenas (Díaz,
1968 p. 190). Esta afirmación, más allá de la apreciación del cardenismo, nos
remite nuevamente a las discrepancias entre los exiliados, tema que aún luce
pendiente en la historiografía de la región. Además, muestra las redes que los
exiliados activaron en los años treinta en Chiapas. Sobre esto último cabe
preguntar: ¿en realidad contaron con la cantidad de hombres y las armas que el
oficialismo guatemalteco escribió en sus telegramas?
El informe elaborado por los
militares mexicanos que inspeccionaron la frontera brinda una respuesta. Estos
se apersonaron en la colonia ejidal Medio Monte y Sección Guillén, después recorrieron
la ribera del río Suchiate: desde el puente Talismán en Tuxtla Chico hasta
Unión Juárez. A lo largo del trayecto, dificultoso por lo accidentado del
terreno, el batallón no encontró población armada, sino numerosos guatemaltecos
que, valiéndose de argucias, obtenían trabajo de forma legal en México. Sobre
este asunto informó el responsable de la expedición:
Por informes recogidos supe que existe en Tapachula una
oficina que lleva como nombre “Demográfica Intersecretarial” y que según me
dijeron no es más que una “fábrica de mexicanos”, es decir, que por medio de
unos cuantos centavos les extienden a cualquier guatemalteco sus documentos
legales para permanecer en nuestro país o una simple boleta donde dice que ya
están arreglando los documentos legales y con esto se pasan todos los años,
únicamente cambiándole la fecha.42
Ahora bien, ¿exageró el ubiquismo la fuerza de los exiliados o, más bien,
fabricaron un enemigo con el cual justificaron el estado de emergencia perenne?
La respuesta expresa los temores y la conveniencia del régimen. Un rival
siempre al acecho devino útil. Su amenaza constante justificó las acciones
represivas; sin embargo, la presencia de los exiliados en la frontera generó
una dosis de recelo. Los temores del ubiquismo
radicaban en el financiamiento de terceros y la cooptación de trabajadores
guatemaltecos en las conspiraciones. De hecho, el occidente del país era
propicio para fomentar revueltas y este riesgo, considerando lo sucedido en Tacaná, no estaba dispuesto a correrlo el régimen
guatemalteco.
Por esta razón, valió más una
sirena estridente que cualquier relajación fatal. Sobre todo
porque el oficialismo sabía que los desterrados, más allá de las medidas del
cardenismo, tenían el apoyo de líderes regionales. En la comunicación oficial
apareció el nombre de Sóstenes y Fausto Ruiz como los
principales colaboradores de los exiliados. ¿Quiénes eran estos personajes?,
¿qué papel desempeñaban en la política estatal?, ¿por qué acuerparon a los
desterrados? Un examen somero de la política chiapaneca de los años treinta
arrojará respuestas y algunas preguntas.
Entre disidentes
En septiembre de 1938, el
secretario de Relaciones Exteriores recibió una misiva del embajador mexicano
radicado en Guatemala. El diplomático fue llamado de emergencia por las
autoridades del país vecino, quienes le entregaron un memorándum donde
alertaban sobre las actividades de un grupo de guatemaltecos en la región
fronteriza. “El plan es invadir Huehuetenango a fines de septiembre u octubre
en que los caminos estarán intransitables en Guatemala para movilizar las
tropas”.43 Además, citaron los
nombres de quienes promovían esta acción desde México: “Parece que ahora están
apoyados por los mexicanos exgeneral Fausto Ruiz,
dueño de la finca Berlín del distrito Chiapa de Corzo, y su hermano Sóstenes Ruiz, domiciliado en Tapachula. Agregan esos
informes que Ruiz es capitalista, opositor al gobierno de Cárdenas y que posee
armamento.”
Un año antes, en marzo de 1937,
una comunicación similar fue emitida por el gobernador de Chiapas, Efraín
Gutiérrez. Nuevamente se advirtió sobre el proyecto de una incursión armada.
Entre sus protagonistas estaban Clemente Marroquín Rojas y los hermanos Ruiz en
Tapachula.44 Dos aspectos resultan
llamativos en la descripción elaborada sobre Sóstenes
y Fausto Ruiz: su disidencia al cardenismo y la posesión de armamento. ¿Quiénes
eran estos personajes y cuál fue su posición en el tablero político chiapaneco?
Los hermanos Ruiz eran finqueros de la región del Soconusco involucrados en la
política estatal. Durante la gubernatura del líder mapache Tiburcio Fernández
Ruiz (1920-1924) elevaron una queja ante el presidente Obregón por la
imposición de autoridades municipales (Spenser, 1988,
p. 22).45 En medio de las
rebeliones suscitadas al calor de la sucesión presidencial –delahuertista
en 1923 y serranista cuatro años después– y las
luchas por la gubernatura de Chiapas, Sóstenes Ruiz
ejerció como comandante de la Policía Judicial y la presidencia municipal de
Tapachula.46 Fausto, entretanto,
ocupó la presidencia de la legislatura estatal y la secretaría general de la
Confederación de Obreros y Campesinos de Chiapas. En 1932 había llegado a la
gubernatura un hacendado de Chiapa de Corzo que promovió a los Ruiz en los
cargos apuntados.47 Un coronel que,
apadrinado por el jefe máximo, exhibió sin delación alguna su talante
anticlerical y represivo.
Victórico Grajales era un político reconocido y respetado en Chiapas. Se rebeló
contra la administración de Fernández Ruiz en 1923 y respaldó al gobierno de
Obregón durante la rebelión delahuertista. Próximo a
finalizar el cuatrienio de Raymundo Enríquez (1928-1932), quien apoyó su
nominación, Grajales se convirtió en el primer candidato del PNR. Nunca tuvo vínculos con el movimiento obrero, y
cuando ganó de forma aplastante la gubernatura, “la faz política del estado
cambió radicalmente” (Benjamin, 1990, p. 264). Agradó
a Calles llevando al cenit la persecución del clero y la tarea de desfanatización (Lisbona, 2008),
y castigó con vehemencia toda oposición laica a su gobierno. Desde 1934 las
notas en las cuales se denunciaban asesinatos y golpizas brutales fueron
habituales en los periódicos chiapanecos.48
Las autoridades, mientras tanto, acusaron a los signatarios de “desorientadores
sociales”.49
El enfrentamiento siguió su curso
e incrementó ante la sucesión de gobernador estatal de 1936. Aunque Grajales
acompañó al candidato Cárdenas durante su visita a Chiapas y asistió a la toma
de posesión, su mácula callista inclinó la balanza en su contra. Buscó imponer
a su delfín Samuel León en las primarias del partido oficial, pero los votos
favorecieron a Efraín Gutiérrez. El gobernador y algunos diputados
desconocieron la victoria del jefe de campaña de Cárdenas en Chiapas. Esta
expresión de rebeldía, aunado a la inestabilidad política que imperaba en el
estado, propiciaron la aplicación de la desaparición de poderes en septiembre
de 1936. Amador Coutiño asumió la gubernatura
mientras el candidato ganador, Efraín Gutiérrez, tomaba su cargo. “De tal
suerte –escribió Coutiño– que ha cesado la era de
desahogos y pasiones políticas entre la familia revolucionaria chiapaneca.”50 Un callista más
sucumbió ante la limpieza del aparato de Estado efectuada por Cárdenas. No obstante,
los hombres de Grajales continuaron metiendo en aprietos al gobierno federal en
años posteriores.
Los hermanos Ruiz, luego del
descalabro de su mentor, engrosaron las filas opositoras de la administración
de Efraín Gutiérrez y, por supuesto, de Cárdenas. Su cercanía con Grajales les
adjudicó una factura que inmiscuyó ataques en la prensa y la vigilancia del
cardenismo. En abril de 1934, Fausto Ruiz fue vilipendiado en El Orientador Chiapaneco, periódico editado en ciudad de
México, llamándolo “policastro sin escrúpulos,
vergüenza y convicciones”.51
Un año después el profesor de música residente en Tapachula, Mario Sánchez,
solicitó el desarme de una banda de pistoleros que asolaba la región desde 1931
y estaba presidida por el teniente coronel Sóstenes
Ruiz.52
Como se muestra en este
documento, la tenencia de armamento por parte de los Ruiz era conocida y hasta
denunciada en el Soconusco. Estos hombres, que obtuvieron su grado militar al
calor de la lucha revolucionaria, representaban un peligro para algunos y
excelentes aliados para otros. Esto fue captado por el cónsul guatemalteco en
Tapachula, quien se apresuró a informar a su superior acerca de los movimientos
de los exiliados con los hermanos Ruiz. El diplomático no sólo externó su
preocupación por una eventual repartición de armas, sino que anotó la condición
que estos ocupaban en el tablero político chiapaneco desde finales de 1936.
Describió a los Ruiz como líderes de la zona de Tapachula y promotores de la
candidatura fracasada de Samuel León, a quien acuerpó Victórico
Grajales contra Efraín Gutiérrez.53
Los hermanos Ruiz, escrito en otras palabras, habían pasado del bando
oficialista –callista y grajalista– a la disidencia,
un estatus que compartieron con Clemente Marroquín Rojas y Miguel García
Granados.
Los exiliados guatemaltecos
llegaron a México cuando Cárdenas consolidaba su poder y, ante la negativa
oficial de otorgarles armamento, aprovecharon los cismas regionales provocados
por la expulsión de los callistas para promover sus planes. Los funcionarios
del ubiquismo sabían que García Granados estaba
escondido en la finca Maravilla, propiedad de los Ruiz. Asimismo, temieron que
los fusiles que supuestamente recibía Marroquín Rojas fueran repartidos entre
los trabajadores guatemaltecos apostados en la frontera sur de México.
Ciertamente, los que forjaron la renuncia de Ubico no provinieron del país
vecino, a diferencia de los liberales que recibieron el apoyo del presidente
Benito Juárez en 1871 (Gutiérrez, 2005, p. 44). Sin embargo, las solicitudes
del ubiquismo y las medidas del cardenismo para
preservar la inviolabilidad de su frontera hacen que el respaldo de los Ruiz a
los desterrados trascienda los meros rumores. Ahora bien, ¿por qué estos
cuadros prestaron sus servicios a los exiliados?
La búsqueda infructuosa de
documentos que aclaren esta cuestión me conduce a formular una suposición basada
en el recelo del ubiquismo: la promesa de los
desterrados de pagarle a los Ruiz o entregarles concesiones una vez que tomaran
el poder. Nadie en su sano juicio se traslada a la frontera y publica
comunicados si no considera reales sus posibilidades; y este fue el caso de los
exiliados protagonistas de este artículo. De hecho, Miguel García Granados,
bajo la bandera de la Unión Popular Guatemalteca, firmó una hoja volante que
circuló en 1937. El optimismo ante una lucha entablada contra un régimen de penitenciaría
y cementerio resultó evidente:
los hombres agrupados alrededor de Unión Popular
Guatemalteca, ratifican su programa y sus propósitos de hace un año, y confían
en que el pueblo de Guatemala, aunque en estos momentos silenciado por un
tenebroso régimen político, sabrá tener el gesto de rebeldía, de virilidad y de
conciencia cívica, para destruir el régimen político y social que lo agobia y
escarnece. ¡Por la democracia y libertad de Guatemala!54
Conclusiones
Clemente Marroquín Rojas y Miguel
García Granados se retiraron de la región fronteriza cuando el gobierno
mexicano amenazó con expulsarlos. El primero ejerció el periodismo en ciudad de
México y continuó asestando golpes al ubiquismo por
medio de sus denuncias. García Granados, entretanto, se vio envuelto en una
serie de especulaciones sobre su incorporación a un contingente que partió a
España para defender a la república. El oficialismo guatemalteco nunca
corroboró esta información, aunque allegados del aviador afirmaron que luchó
bajo el seudónimo de Juan Gómez (Díaz, 1968, p. 188). Ya en la década de los
cuarenta la colaboración estrecha entre ambos exiliados había acabado.
Discrepancias ideológicas y estratégicas terminaron bifurcando sus caminos.
Marroquín Rojas era ante todo un anticomunista convencido y García Granados
objetó la denuncia periodística que comprometía la hospitalidad del gobierno
mexicano.
El destierro fue duro y
esforzado, pero terminó en julio de 1944 cuando el general Ubico presentó su
renuncia. Nuestros personajes pudieron retornar por fin a su patria. García
Granados se incorporó a una compañía aérea y Marroquín Rojas continuó laborando
en el periódico La Hora. Años más tarde, luego del
fracaso del movimiento liberacionista que derrocó a Jacobo Árbenz,
el otrora disidente y potencial invasor ocupó la vicepresidencia en el gobierno
de Julio C. Méndez Montenegro (1966-1970). Aquí su acendrado anticomunismo
salió a relucir, pues entabló un pacto secreto con el cual se aceptó “que la
institución armada dirigiera la lucha contrainsurgente sin cortapisas del
gobierno civil en el marco de la aplicación de la Doctrina de Seguridad
Nacional impuesta por los Estados Unidos” (Figueroa, Paz, Taracena,
2013, p. 77).
Sin duda, todavía existe mucha
tela que cortar en el estudio de estas trayectorias de vida. En el presente
artículo, el abordaje de un periodo de este recorrido, su exilio mexicano, ha
servido para dilucidar por qué las alarmas de ambos gobiernos fueron activadas
a pesar de la negativa del cardenismo de apoyar a los desterrados. De hecho,
este cuestionamiento surgió cuando finalicé la lectura de las fuentes
secundarias para elaborar este escrito. Llamó mi atención la movilización de
tropas guatemaltecas hacia la frontera anotada por Zorrilla (1984) y las
tensiones recurrentes suscitadas en la frontera sur de México. Lo anterior no
encajaba con la postura que el cardenismo observó hacia su vecindad sureña: el
prurito de evitar toda injerencia en sus asuntos domésticos. Por consiguiente,
surgió un razonamiento que conlleva una pregunta: si México se abstuvo de
intervenir en la política centroamericana durante los años treinta, ¿por qué se
dieron las tensiones fronterizas reseñadas por Zorrilla?
La respuesta, por fortuna, puede
encontrarse en los archivos guatemaltecos y mexicanos. En efecto, los
funcionarios del cardenismo jamás atendieron las solicitudes de los exiliados.
Les preocupaba la inestabilidad política que atravesaban en su territorio y
esperaban que el gobierno vecino actuara de forma similar ante sus enemigos, es
decir, que afianzara la inviolabilidad de la frontera común. A lo sumo, y esto
debe subrayarse, escondieron a uno de los exiliados, Miguel García Granados,
militar que el ubiquismo buscó con ahínco para
expatriarlo. En otras palabras, la cordialidad imperó entre los gobiernos, pero
los desterrados encontraron en los disidentes del cardenismo potenciales y
decididos colaboradores. Esto fue, precisamente, lo que encendió todas las
alarmas. El oficialismo guatemalteco temió una incursión armada, engrosada
acaso, por los conciudadanos que laboraban en las fincas de café del Soconusco.
El cardenismo, mientras tanto, ordenó a sus militares explorar la línea
fronteriza para prevenir dichas acciones. Y los exiliados, aunque no cumplieron
su cometido, alzaron su voz contra la política de exclusión y ausencias del ubiquismo. Tres actores que deben considerarse para
examinar el tema del exilio.
Lista de referencias
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Archivos
AGCA Archivo General de
Centro América, Guatemala.
AGN Archivo General de la
Nación, México.
AHCH-CUID Archivo Histórico de Chiapas. Centro Universitario
de Información y Documentación, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México.
AHGE-SRE Archivo Histórico Genaro Estrada
de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, México.
Periódicos
Adelante
El Liberal Progresista
El Orientador Chiapaneco
El Universal
La Prensa Libre
México
Renovación
1 Memorándum para la embajada de México en Guatemala. S. f., exp. III-1963-12. Archivo Histórico Genaro Estrada de la
Secretaría de Relaciones Exteriores de México (en adelante AHGE-SRE), México.
2 La tarea conjunta más sobresaliente de este periodo fue la delimitación
fronteriza. En efecto, al deteriorarse las relaciones bilaterales después del
ascenso de Jorge Ubico, “la frontera fue asumiendo cada vez con mayor claridad
su carácter estricto de acotación divisoria y, en consecuencia, se tornó en un
surtidor de conflictos y desacuerdos que sólo con el transcurso de muchos años
guatemaltecos y mexicanos aprenderían a resolver” (Castillo, Toussaint y Vázquez, 2006, pp. 206-207).
3 En aras de la rigurosidad conceptual de este escrito es necesario
establecer qué se entenderá por exilio. Al respecto, tomo la definición de
Mario Sznajder y Luis Roniger
(2013, p. 31), para quienes es “un mecanismo de exclusión institucional,
no el único, mediante el cual alguien involucrado en la política y en la vida
pública […] es forzado a abandonar su país de origen, imposibilitado de
regresar hasta que haya una modificación en las circunstancias políticas”.
Además, sigo a estos autores en el uso indistinto del concepto de destierro y
asilo político.
4 Discurso del embajador salvadoreño en México durante el acto de entrega de
cartas credenciales. S. f., exp. 24-1-73. AHGE-SRE, México.
5 Durante el cardenismo las diferencias entre los regímenes eran evidentes.
El gobierno mexicano buscó legitimarse con la participación activa de los
trabajadores y campesinos. El ubiquismo confió en las
medidas coercitivas y sus pactos con los caciques regionales. Esta situación
fue descrita por un funcionario mexicano, quien escribió: “no existe en
Guatemala ninguna organización de defensa económica del trabajo (ni institución
jurídica que la proteja) y cualquier actividad en este sentido, aun cuando no
exceda la simple manifestación de ideas, es vista y catalogada como comunismo”.
Memorándum para la embajada de México en Guatemala. S. f., exp.
III-1963-12. AHGE-SRE, México.
6 Acta del interrogatorio efectuado a Jacobo Sánchez. 27 de septiembre de
1934. Fondo de Relaciones Exteriores, B, leg. 6722.
Archivo General de Centro América (en adelante AGCA),
Guatemala.
7 Acta del interrogatorio efectuado a Jacobo Sánchez. 27 de septiembre de
1934. Fondo de Relaciones Exteriores, B, leg. 6722. AGCA, Guatemala.
8 “13 sentenciados a muerte; complot contra Ubico”, El
Universal, 20 de septiembre de 1934, pp. 1 y 4. Un día después fue
publicada una nota en el periódico oficial del ubiquismo
donde expusieron “la ingratitud y traición” de Jacobo Sánchez, a quien el
régimen había exonerado de las cuotas de estudio en la carrera de
jurisprudencia. “De la ingratitud a la traición”, El
Liberal Progresista, 21 de septiembre de 1934, p. 1.
9 Dos trabajos resultan sugerentes para observar la forma en que el ubiquismo aprovechó las rebeliones acaecidas en El Salvador
en 1932 y justificó la represión. Taracena (1989) y Gleijeses (1989).
10 Informe del embajador mexicano en Guatemala al secretario de Relaciones
Exteriores de México. S. f., exp. 34-6-13. F. 37. AHGE-SRE, México.
11 El castigo ejemplarizante a los supuestos coludidos fue anunciado y
relatado en el periódico oficial: “En el patio de la Penitenciaría se formó el
pelotón que tenía a su cargo el fusilamiento; de sus respectivas bartolinas
fueron extraídos los reos y conducidos al centro del patio donde se encontraba
el auditor de guerra, fiscales militares y demás personas aludidas”. “Pasados
por las armas Aguilar Fuentes y los involucrados en el complot”, El Liberal Progresista, 18 de septiembre de 1934, p. 1.
12 Comunicación del secretario de Relaciones Exteriores de México al embajador
mexicano en Guatemala. S. f., exp. 34-6-13. F. 80. AHGE-SRE, México.
13 Copia de la carta dirigida al presidente Ubico por el licenciado Jorge
García Granados, pidiendo por la vida de varios detenidos. S. f., exp. 34-6-12 (III). AHGE-SRE.
Ciudad de México. Según Jorge Luján Muñoz (2000, p. 146) es posible que García
Granados enviara esta misiva antes del 17 de septiembre, fecha en la cual se
efectuaron los primeros fusilamientos. “Como resultado de la remisión de la
carta, el abogado García Granados [nieto de un artífice de la Revolución de
1871: Miguel García Granados] fue mandado a detener ilegalmente y obligado a
presenciarlos”.
14 “Tolerancia y reacción”, El Liberal Progresista,
13 de septiembre de 1934, p. 3.
15 “Actitud del elemento militar”, El Liberal Progresista,
18 de septiembre de 1934, p. 3.
16 Acta del interrogatorio efectuado a Efraín Aguilar Fuentes. 27 de
septiembre de 1934. Fondo de Relaciones Exteriores, B, leg.
6722. AGCA, Guatemala.
17 García Granados realizó lo que se consideró una hazaña en 1926. El coronel
despegó de Guatemala piloteando un Newport y aterrizó en el aeropuerto de
Ilopango, El Salvador, concretando así el primer vuelo internacional entre los
países. “Mayor gloria se adjudicó –escribió Ignacio Beteta– cuando no solamente
pudo llegar sin contratiempos a San Salvador, sino que pudo volver en su
aparato a esta capital, con lo que contribuyó a que el pueblo de Guatemala se
interesara por la aviación”. Informe del agregado militar de México en
Centroamérica. S. f., exp. 45-4-49. F 72. AHGE-SRE, México.
18 Comunicación del ministro de Relaciones Exteriores guatemalteco al cónsul
general de Guatemala en San Francisco, California. Fondo de Relaciones
Exteriores, B, leg. 6722, F.141. AGCA, Guatemala.
19 Comunicación del procurador general de la nación al ministro de Relaciones
Exteriores de Guatemala. Fondo de Relaciones Exteriores, B, leg.
6722, S. F. AGCA, Guatemala.
20 Producto de una conversación sostenida con el ministro de Relaciones
Exteriores de Guatemala, Alfredo Skinner Klée, el encargado de negocios de la legación mexicana
escribió a las autoridades: “El mismo alto funcionario me dijo que sin
desconocer la amplia libertad de prensa existente en México deseaba y
solicitaba, en forma amistosa, que nuestro gobierno pudiera evitar que se
llevara a cabo la campaña de prensa a que se ha referido, agregando que este
gobierno vería con sumo reconocimiento y agrado que tal propósito fuera
logrado”. Comunicación del encargado de negocios de la embajada de México en
Guatemala al secretario de Gobernación de México. S. f., exp.
III-13-3. AHGE-SRE, México.
21 Comunicado del Frente Revolucionario Guatemalteco. Fondo de Relaciones
Exteriores, B, leg. 6722, s. f. AGCA, Guatemala.
22 Comunicación del embajador guatemalteco en México al Ministro de Relaciones
Exteriores de Guatemala. Fondo de Relaciones Exteriores, B, leg.
6722, s. f. AGCA, Guatemala.
23 En octubre de 1934, el gobierno mexicano catalogó al aviador de “extranjero
pernicioso [que] se dedica a hacer agitación obrera” y ordenaron su captura.
Carta del subsecretario de la Defensa Nacional al jefe de Policía del D.F.
Fondo de Gobernación. Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales. Caja
236, exp. 24. Archivo General de la Nación (en
adelante AGN), México.
24 Comunicación del embajador de Guatemala en México al ministro de Relaciones
Exteriores de Guatemala. Fondo de Relaciones Exteriores, B, leg.
6722. AGCA, Guatemala.
25 Comunicación del director general de Policía de Guatemala al ministro de
Relaciones Exteriores de Guatemala. Fondo de Relaciones Exteriores, B, leg. 6722. AGCA, Guatemala.
26 El 27 de febrero de 1936, las autoridades mexicanas informaron sobre la
internación al país de la familia del coronel, aclarando que enrumbaron hacia
la capital. Comunicación del jefe del Departamento de Migración al encargado de
negocios ad-interim de la
embajada de México en Guatemala. S. f., exp.
III-237-5. AHGE-SRE, México. En días previos fue
remitido un mensaje al cónsul guatemalteco en Mariscal, Chiapas, donde le
solicitaron hablar con el comandante de Ayutla, Guatemala, para practicar un
riguroso registro del equipaje de la familia de García Granados, “recogiendo
los documentos y cartas que puedan ser interesantes”. Telegrama del ministro de
Relaciones Exteriores de Guatemala al cónsul guatemalteco en Mariscal, Chiapas.
Fondo de Relaciones Exteriores, B, leg. 6722, s. f. AGCA, Guatemala.
27 Comunicación del embajador guatemalteco en México al ministro de Relaciones
Exteriores de Guatemala. Fondo de Relaciones Exteriores, B, leg.
6722, s. f. AGCA, Guatemala.
28 Todo indica que García Granados fue expulsado de México, pero aprovechó el
cambio de gobierno para reingresar al país. ¿Gozaba de buenos contactos con
Lázaro Cárdenas? ¿Lo apoyó Lombardo Toledano como sospechaban los ubiquistas? Difícil constatarlo por la falta de fuentes,
pero lo cierto fue que el 20 de diciembre de 1940, el aviador entró por nogales
y obtuvo la calidad de exiliado político. Expediente de Miguel García Granados.
Departamento de Migración. Guatemaltecos. Caja 4, exp.
149. AGN, México.
29 Comunicación del cónsul guatemalteco en Tapachula al ministro de Relaciones
Exteriores de Guatemala. Fondo de Relaciones Exteriores, B, leg.
6722, s. f. AGCA, Guatemala.
30 En agosto de 1936, por citar un ejemplo, las autoridades guatemaltecas
solicitaron al gobierno mexicano que sus cónsules radicados en esta nación se
abstuvieran de distribuir “folletos de propaganda semi-comunista
como lo han venido haciendo en Quetzaltenango y el puerto San José”. Carta del
secretario de Relaciones Exteriores de Guatemala enviada al embajador mexicano
en Guatemala. Fondo de Relaciones Exteriores, B, leg.
6878, s. f. AGCA, Guatemala.
31 Comunicación del embajador de México en Guatemala al secretario de
Relaciones Exteriores de México. S. f., exp.
127-26-6. AHGE-SRE, México. Es importante anotar
la experiencia que González Roa tenía en el ámbito diplomático, pues fue uno de
los designados del gobierno obregonista en las
conferencias de Bucareli de 1923 (Vázquez y Meyer, 2013).
32 Comunicación del embajador de México en Guatemala al secretario de
Relaciones Exteriores de México. S. f., exp.
127-26-6. AHGE-SRE, México.
33 Comunicación del embajador de México en Guatemala al subsecretario de
Relaciones Exteriores de México. S. f., exp.
127-26-6. AHGE-SRE, México.
34 Comunicado de Acción Revolucionaria Guatemalteca. S. f., exp. III- 342-5. AHGE-SRE,
México.
35 Clemente Marroquín Rojas. La Prensa Libre, 31
de marzo de 1937, p. 3.
36 Informe del embajador mexicano al secretario de Relaciones Exteriores. S.
f., exp. III-342-5. AHGE-SRE,
México.
37 En la historiografía sobre el ubiquismo se han
expuesto las publicitadas giras que el gobernante efectuaba por el interior del
país, urdiendo alianzas con líderes indígenas (Sabino, 2013). Sin embargo,
lucen pendientes más trabajos en la línea del de Edgard Ruano (2015), quien
estudió los disturbios ocurridos en Tacana como consecuencia directa de la aplicación
de la Ley contra la Vagancia de 1934 y los abusos cometidos por el jefe
político departamental.
38 Comunicación del embajador de México en Guatemala al secretario de
Relaciones Exteriores de México. S. f., exp.
III-342-5. AHGE-SRE, México.
39 “Tartarín de Tarascón en Guatemala”, El Liberal Progresista, 9 de abril de 1937, p. 4.
40 Comunicación del cónsul guatemalteco en Tuxtla Chico, Chiapas, remitido al
ministro de Relaciones Exteriores de Guatemala. Fondo de Relaciones Exteriores,
B, leg. 6878, s. f. AGCA,
Guatemala.
41 A finales de los años cuarenta, según Moreno (2012, p. 6), el gobierno
mexicano echó a andar “el crecimiento y la especialización del servicio secreto
mexicano”. De esta forma, durante el período cardenista el Departamento
Confidencial tomó el nombre de Oficina de Información Política y Social. Luego,
desde agosto de 1941 hasta 1947, dicha dependencia fue conocida como
Departamento de Investigaciones Políticas y Sociales (dips), adscrita a la Secretaría de Gobernación.
En sus informes luce el nombre de Arturo Ramírez, miembro de Acción
Revolucionaria Guatemalteca, acusado de ofrecer armamento proveniente de la
embajada de Alemania a los asilados nicaragüenses en 1941. Informe sobre Unión
Democrática Centroamericana (udca). Fondo de Gobernación. Departamento de Investigaciones
Políticas y Sociales. Caja 784, exp. 9. AGN, México.
42 Informe del comandante de la décimo primera zona militar, Tapachula,
Chiapas, remitido al secretario de Relaciones Exteriores de México. S. f., exp. III-342-5. AHGE-SRE,
México.
43 Carta del embajador mexicano en Guatemala al secretario de Relaciones
Exteriores de México. S. f., exp. III-170-19. AHGE-SRE, México.
44 Telegrama del gobernador de Chiapas al secretario de Gobernación. S. f., exp. III-342-5. AHGE-SRE,
México.
45 El grupo mapache, llamado así porque sus tropas llegaban de noche a robar y
comerse el maíz crudo, se hallaba liderado por finqueros fronterizos y
rancheros de medios modestos (Benjamin, 1995, 147).
Su lucha inició en 1914 y durante seis años combatieron a los carrancistas
hasta el empate. Su destino cambió con la rebelión de Agua Prieta de 1920,
cuando Fernández Ruiz se convirtió en el primer jefe del obregonismo
en Chiapas.
46 En enero de 1934 interpuso sus buenos oficios en la donación y labores de
terracería de un espacio destinado a la construcción de viviendas para obreros.
“Campo neutral”, México, 3 de enero de 1934, p. 3.
47 Stephen Lewis (2015, p. 139) anotó lo siguiente sobre este punto: “Grajales
y su secretario oficial, el mapache reformado Fausto Ruiz, colocaron a más de
50 miembros de sus familias en el gobierno del estado en calidad de jueces,
presidentes municipales y tesoreros, reporteros de periódicos y recaudadores de
impuesto al alcohol”.
48 “Los matoides grajalistas”,
Adelante, 10 de mayo de 1935, p. 2.
49 “Desorientadores sociales”, Renovación, 14 de
abril de 1934, p. 3.
50 Telegrama del gobernador de Chiapas al presidente de México. Fondo Lázaro
Cárdenas, caja 778, exp. 20, f. 86. AGN, México.
51 “El fariseo Fausto Ruiz en la picota”, El orientador
chiapaneco, 15 de abril de 1934, p. 1; Colección Raymundo Enríquez, exp. 154. Archivo Histórico de Chiapas. Centro
Universitario de Información y Documentación (en adelante AHCH-CUID), Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México.
52 Queja del profesor Mario Sánchez. Fondo Lázaro Cárdenas. Caja 1392, exp. 84, f. 64. AGN, México.
53 Carta del cónsul guatemalteco en Tapachula, Chiapas, al ministro de
Relaciones Exteriores de Guatemala. Fondo de Relaciones Exteriores, B, leg. 6722, s. f. AGCA,
Guatemala.
54 Comunicado de la Unión Popular Guatemalteca. S. f., exp.
III-170-19. AHGE-SRE, México.
* Pertenece
al Programa de Becas Posdoctorales de la UNAM y es
becario del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la
Frontera Sur, asesorado por el doctor Miguel Lisbona
Guillén.